En el umbral de 2025, República Dominicana se asoma a un abismo que el gobierno del Partido Revolucionario Moderno (PRM) ha cavado con sus propias manos. Bajo la batuta de Luis Abinader, lo que prometía ser un “gobierno del cambio” se ha transformado en un mandato de retroceso social, desigualdad y saqueo institucional. En lugar de progreso, el país ha recibido improvisación, deudas y abandono. El PRM ha despojado a la gente de sus esperanzas y ha devuelto al país a la precariedad que juró combatir. No es incapacidad: es indiferencia ante el dolor del pueblo.
Empecemos por el bolsillo del dominicano común, el que sostiene la economía con esfuerzo. Tras cinco años de gobierno, la supuesta estabilidad económica es una ficción estadística. El crecimiento interanual en julio de 2025 apenas alcanzó el 2.9%, y el acumulado del año no supera el 2.4%. El déficit fiscal ya bordea el 3.47% del PIB, cubierto con préstamos que hipotecan el futuro de las próximas generaciones. Mientras tanto, la construcción se paraliza, las pequeñas empresas cierran y el dinero no circula.
La pobreza no ha disminuido: se ha sofisticado. Hoy se oculta detrás de bonos y cifras maquilladas, pero sigue golpeando los mismos barrios, las mismas familias, las mismas mesas vacías. Los programas sociales se reducen o desaparecen, como el de medicamentos de alto costo, mientras el discurso oficial sigue hablando de “avances”. Avances para quién, si el pueblo sobrevive entre apagones y precios impagables.
La educación, que debería ser la columna vertebral del desarrollo, se desmorona ante la indiferencia estatal. En pleno 2025, más de una quinta parte de los centros educativos presentan daños considerables en sus estructuras por falta de mantenimientos. Techos colapsados, aulas sin ventilación y escuelas cerradas por falta de atención son la norma, no la excepción. A esto se suma la violencia escolar, que crece sin respuesta y deja más cicatrices que aprendizajes. Cientos de miles de niños fuera de las aulas por falta de cupos, sin útiles escolares y para colmo de males, unos alimentos de mala calidad.
¿Dónde está el “cambio” prometido? El PRM ha convertido las escuelas en vitrinas del abandono, gastando más en pago de publicidad y bocinas que en formación docente. Es un crimen silencioso: un país que educa mal está construyendo su propia ruina.
Si el hambre aprieta, la oscuridad completa la desgracia. Los apagones que alguna vez se usaron como arma política hoy son el reflejo del fracaso del propio gobierno. La crisis de Punta Catalina y las averías en plantas como las de AES han dejado al país sumido en la penumbra. El presidente Abinader intentó justificarse con promesas de 600 MW adicionales que nunca llegaron, pero la realidad es brutal: los apagones se multiplican y la gente pierde la paciencia. En los últimos meses, la demanda eléctrica rompió récords mientras la oferta se desplomaba, mostrando la falta de planificación y la mala gestión de un sistema energético que se cae a pedazos. El “cambio” prometido terminó siendo una factura más cara y una vela encendida.
La inflación oficial puede disfrazarse en cifras técnicas, pero la calle no miente. El pan cuesta el doble, la leche es un lujo y el salario se evapora antes del día 15. El Banco Central habla de estabilidad, pero el pueblo vive al borde del colapso económico. La llamada “meta de inflación” no se siente en los bolsillos, y la clase media se desangra entre deudas, comida racionada y apagones que arruinan lo poco que tienen.
Y todo esto, ¿bajo qué bandera? La de la corrupción institucionalizada. Lo que el PRM juró combatir, hoy lo abraza con descaro. En cinco años, más de treinta escándalos han estallado sin consecuencias. Desde las jeringuillas sobrevaloradas hasta el desfalco en Senasa, todo apunta a un patrón de impunidad blindada. El caso de las vacunas compradas a sobreprecio fue apenas la antesala de un modelo de saqueo político. Las denuncias se archivan, los responsables se protegen y el pueblo queda mirando cómo la justicia se arrodilla ante el poder.
Basta de excusas, Presidente. Han tenido tiempo, recursos y oportunidades. Prometieron transparencia y han entregado cinismo; prometieron luz y dieron sombras; prometieron cambio y perpetuaron la desigualdad. Leonel Fernández lo resumió con precisión: “El PRM es el gran fracaso de la política dominicana”. La gente no pide milagros, pide coherencia. Y este gobierno ha demostrado que ni siquiera entiende lo que eso significa.
El dominicano de a pie no necesita encuestas para saber que vive peor. Lo siente en su mesa vacía, en el colmado sin crédito, en el recibo de luz que llega aunque no haya energía. Mientras tanto, los funcionarios del PRM viven entre privilegios, viajes y lujos, ajenos al sacrificio de la gente que los eligió. El pueblo ya no escucha promesas: las vomita. Lo que antes era resignación, ahora es rabia contenida. Y esa rabia es la chispa que puede encender el despertar de una nación.
La República Dominicana está cansada de simulacros. Desde los barrios, los campos y las universidades se respira un aire distinto, el de un pueblo que empieza a entender su fuerza. El PRM creyó que podía manipular la conciencia nacional con bonos y discursos, pero se equivocó. Este pueblo tiene memoria, dignidad y hambre de justicia. El pueblo dominicano ha sido paciente, pero no ingenuo. Y cuando diga “basta”, no habrá poder ni propaganda que lo detenga.