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sábado, 18 de mayo de 2013

OPINION: Crónica de un sastre lesionado

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POR JOSÉ DOLORES MATEO  
 Para Ecos del Sur.

Era domingo, 3 de septiembre de 1995.
 
El cuchillo con el que aparece representado en su mano derecha San Bartolomé Apóstol, patrón y protector del  municipio de Neyba, resplandecía  con brillo áureo.

La campana del reloj público advertía  el avance de la noche; desde lo alto  de la torre del Palacio Municipal de la referida ciudad, tintineó nueve veces: eran ya las 9:00 pasado meridiano.
El cielo estaba estrellado, el aire de la noche era cálido y los mosquitos pululaban por doquier.

Juan Sánchez, sastre, de 52 años de edad, de semblante lánguido y ceño fruncido, ingería bebidas alcohólicas mientras caminaba en su parranda nocturna  por las anchas calles de la comunidad sureña,  productora de parras y vinos.

Durante su bebentina callejera, se le oyó discutir a alta voz sobre temas de corte político, dejando entrever ese sentimiento revolucionario que abrazó, al igual que otros tantos jóvenes fogosos de su época,  a partir de la gesta heroica de abril de 1965.  Se le escuchó, además, haciendo alarde de su presunción de poeta, declamar algunas estrofas  de “Canción de Amor”, poema de la autoría de Apolinar Perdomo, uno de los más excelsos poetas  románticos de la Literatura Dominicana.

Sin embargo, la contentura y algarabía de Juancito, nombre con el que comúnmente se le conocía al sastre en la comunidad de Neyba, fue efímera. Duró hasta el momento en que entabló una discusión de carácter político-personal con un parroquiano que compartía tragos en un negocio de los (hoy) denominados “drink”.

Tras el altercado, sostenían algunos testigos de excepción, los improperios y las “borrachas” palabras vertidas por Juancito contra  su coterráneo,  enojaron acremente a éste quien, enfurecido, se levantó de la silla que ocupaba y se dirigió a un lugar desconocido, trayendo consigo, y envuelto en un papel de periódico, un pote que contenía una sustancia de composición química desconocida hasta ese momento.

De repente, un grito desesperante atrajo la atención de los clientes que en ese momento circundaban el establecimiento comercial.
-¡Agua, échenme agua que me quemo!- se le oyó exclamar al sastre mientras alzaba los brazos en señal de  auxilio.

Pocos segundos después, transeúntes y curiosos que merodeaban por el lugar, desgarraron de su cuerpo el pantalón azul claro de seda y su camisa rosada de lino, cuyas mangas le cubrían el pulso.

Se comentaba en el pueblo, de boca en boca,  que  un hombre de estatura mediana, color indio, de cuerpo fornido y de aproximadamente 37 años de edad había rociado sobre el cuerpo de Juancito una sustancia corrosiva conocida comúnmente como “ácido del diablo”, causándole quemaduras  de segundo y tercer grado en la cara brazos, abdomen y otras partes del cuerpo.

A la sazón, el rumor público daba cuenta de que el agresor, de quien nunca se dio a conocer su identidad, logró abandonar el pueblo por gestiones que consumó a base de “papeletas” para lograr su fuga.

De su parte, Juan Sánchez permaneció interno,  por más de quince días, en una habitación de la Unidad de Quemados del hospital Luis E. Aybar de Santo Domingo.

Como se pude advertir, dentro de cuatro meses se cumplirían ya 18 años de aquel horroroso hecho.

Lamentablemente,  el 18 de mayo del 2003, a sus 60 años de edad, el sastre murió. Y aunque su fallecimiento no se debió, quizás, a los efectos de aquel incidente,  hay quienes no descartan que el desasosiego, la impunidad, el pudor, la depresión y su orgullo varonil podrían haberse constituidos en aliados incondicionales que le adelantaron la muerte,  quedando enterrada, junto a su cadáver, la esperanza de ver juzgado y esclarecido su caso. 

Hoy, al cumplirse diez años de su partida, su máquina de coser, una “Nora Súper de Luxe” de pedal mecánico, permanece sola, inactiva,  muda y fría.  El triste caso del sastre dejó sobre la Justicia de aquí, de Neyba, en aquel entonces, bastante tela que cortar.