En Sri Lanka, una isla del Asia meridional con un clima tan parecido al nuestro, comenzaron una vez a repartir estufas a los campesinos, como una forma de propiciar la disminución del corte de árboles para hacer carbón.
Pero el experimento, al principio, no dio los resultados esperados porque la distribución de las estufas se hacía entre hombres, y era a los hombres a los que preferentemente se les enseñaba su uso.
El resultado fue desastrozo: los hombres, bajo la cultura tribal en la que viven, no eran expertos cocinando. Esa era una destreza de las mujeres. Y el programa de las estufas sólo tuvo éxito cuando las mujeres fueron apoderadas del nuevo sistema.
Desde entonces, el programa ha permitido crear una política de más conciencia y protección de los árboles y, por vía de consecuencia, del medio ambiente en sentido general.
Y algo así, justamente, es lo que estamos tratando de hacer en nuestro país -desde hace tiempo ya- para promover la distribución y uso de estas pequeñas estufas en las zonas rurales fronterizas, donde mayor ha sido la depredación de la foresta para producir carbón que no sólo se consume aquí, sino mayoritariamente en Haití, nación severamente deforestada.
En esa labor está la Fundación Propagas, que ha establecido unos servicios móviles a distintas comunidades fronterizas y que entrega estufas y tanquecitos de gas propano para que las amas de casa dejen de cortar árboles, buscar leña o carbón para cocinar sus alimentos.
Es un excelente programa que avanza progresivamente y que representa un modelo a imitar si queremos proteger el presente y el futuro ambiental de nuestro país.