POR MANUEL VOLQUEZ.
Para Ecos del Sur.
La República Dominicana se ha echado sobre los hombros los problemas de los haitianos, como si se tratara de asuntos nacionales.
Antes y después del devastador terremoto del 12 de enero del 2010, que asoló al vecino país, con un desenlace fatal de más de 400 mil muertos y miles de edificaciones destruidas, nosotros entramos de inmediato en acción llevando ayudas de diferente naturaleza, sobretodo comida, agua, medicamentos, cama, frazadas, asistencia médica, y otros servicios propios del momento.
Previo al desastre que conmovió la conciencia internacional, hemos estado manteniendo a miles de esos ciudadanos, dándoles asistencia profesional en los hospitales públicos e incorporándoles en el mercado laboral.
Las más beneficiadas han sido las mujeres embarazadas indocumentadas que pasan la franja fronteriza para dar a luz en el país, llevándose así una buena parte del presupuesto asignado por el gobierno a esas dependencias gubernamentales.
Además, hay que agregar la gran cantidad de trabajadores ilegales que llegan a República Dominicana para trabajar en fincas privadas, en las construcciones, campos cañeros y zonas agrícolas. La mayoría termina quedándose aquí y hasta instalan negocios informales ambulatorios, sin higiene y sin permiso del Ministerio de Salud Pública. Y nadie los molesta.
Sabido es que cientos de haitianos entran al país bajo el manto encubridor de redes dominico-haitianas bien organizadas, que trafican con personas en complicidad con choferes de autobuses que cubren las rutas interurbanas y militares al servicio de los organismos de inteligencia en los puestos de chequeos ubicados en las carreteras, que se nutren de los repudiados peajes.
Aún con esos privilegios, las autoridades de Haití nos ridiculizan aplicando vedas a los productos de origen dominicano, imponiendo las reglas de juego bajo el alegato de que con esas medidas están protegiendo a su gente contra enfermedades contagiosas.
No sólo prohibieron a la población comprar aves y pollos nacionales, sino también materiales plásticos con el pretexto de que no son biodegradables.
A pesar de esas estocadas traperas, continuamos sirviéndoles abiertamente y rogando para llegar a un acuerdo a fin de que prevalezcan las relaciones bilaterales en materia de comercio, por cierto muy agrietadas por la prepotencia de las autoridades haitianas.
Haití es algo así como la provincia número 33 de República Dominicana, al decir de mis dilectos amigos Dr. Johnson Encarnación y el profesor Fernando Reyes, en razón de que pese a las bellaquerías que nos hacen, lamentablemente, y por humanidad, al parecer estaremos compelidos de por vida a prestar ayuda en la condición de unos vecinos ingratos, que burlan con frecuencia nuestra débil frontera para instalar colonias bien organizadas en diferentes locaciones nuestras.