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jueves, 8 de enero de 2015

OPINION: El caso DICAM en la PN: ¿arrancarán el árbol, cortarán la rama, o sólo quitarán las hojas marchitas?

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POR RUBEN DOMINICI
 
Cuando yo era niño, los padres acostumbraban a corregir a sus hijos, según la falta cometida, con una mirada aterradora, una amenaza, un sermón, una pela cuyo grado lo determinaba la propia falta cometida y la peligrosidad de que esta pudiera repetirse, y, en grado extremo, con la expulsión de la casa si el hijo era ya adolescente o adulto.

Y en comunidades muy primitivas desde nuestra concepción occidental del desarrollo, a una falta, según el caso, le pudiera corresponder la realización de una tarea muy difícil, la privación de alimentos por varios días, una paliza, la amputación de uno o varios dedos, y hasta la expulsión del grupo.

La última sanción parece simple, pero no lo es. Quedar fuera de la comunidad, aislado en el bosque o en el desierto, implica casi siempre terminar siendo alimento de depredadores o muerto de sed y hambre. De modo que en la cohesión social y desarrollo de toda sociedad humana, y hasta animal, la existencia o no de un régimen de consecuencias aplicable por igual a todos sin distinción de estatus, indica si se navega en aguas calmas y con rumbo cierto, o en mar bravío a oscuras y con el timón averiado.  Y así navegamos nosotros.

Como país, hemos demostrado hasta la saciedad que no tenemos reales intenciones de corregir el rumbo que llevamos en cuanto a corrupción, narcotráfico y lavado de activos, tres desgracias sociales que han permeado hasta profundidades inimaginables, y que inciden poderosamente en nuestros principales problemas, de manera especial en la delincuencia.

Con raras excepciones, y más por presión internacional que por voluntad propia, se han condenado algunas figuras del negocio, pero regularmente las penas recaen en las hojas del árbol  del mal y en una que otra ramita, pero nunca en un grueso tallo, y menos en un gran tronco con todas sus raíces. En el barrio le decíamos a esto “coger piedra para el más chiquito”, y en el campo “querer matar la culebra dándole por el rabo”.

Recordemos el caso de Figueroa Agosto, que vivió por largos años rodeado de la cúpula del poder de dos gobiernos diferentes, de fiesta en fiesta por doquier él y sus allegados, donde una de sus mujeres gastaba en una discoteca 300 mil pesos en bebidas con “chicas de la jay lay”   sin que llamara a atención  de ningún cuerpo de seguridad del Estrado, y tenía como guarda espalada nada más y nada menos que a un coronel de la Policía Nacional sin que ningún superior se diera cuenta.

Ese señor era un Súper Mago, que hechizaba, hipnotizaba, sugestionaba, y dada su condición, me imagino que también podía convertir en aliado a  cualquiera con un simple gesto. Y así hubo de ser, pues cuando Sobeida Félix desapareció del país estando en libertad condicional, el Dr. Castillo dijo públicamente que no la iban a encontrar porque estaba protegida por algunas autoridades.

Meses después, cuando a ella le dio la gana, se hizo pública en Puerto Rico. Sobre lo que había dicho el Dr. Castillo, una bachata antigua pudo haber expresado: “Y no hubo ningún reproche, ni a nadie se investigó, y todo quedó igualito, como si nada pasó”.

Y ahora nos vienen con un escándalo más de las autoridades de control de drogas, esta vez en la DICAM,  que es un organismo de la Policía Nacional paralelo a la DNCD que nadie con dos dedos de frente entiende su razón de ser. Y estos casos no son nuevos. No hace mucho que fue extraditado a Estados Unidos por vínculos con el narcotráfico un general que había sido Director de Operaciones de la DNCD. Y por si algo le falta a la copa, recuérdese que una vez el Senador Wilton Guerrero, de Baní, propuso la disolución de la Marina de Guerra por su vínculo con el narcotráfico.

De modo que no tengo muchas esperanzas de que el caso del coronel arrestado ayude a reducir la influencia del narcotráfico en las instituciones del Estado y en la vida del país en general. Nunca se sabrá cuántas veces se había cometido el mismo hecho, pues me imagino que no es la primera vez que esto ocurre, ni quién la compró, ni en qué barco o avión se transportó al exterior, ni quiénes revisaron las cargas con los ojos cerrados y con los perros rastreadores descansando en sus cubículos, ni, ¡Dios nos libre!, si hay oficiales superiores vinculados. 

Durante el proceso de investigación del caso, y sin que necesariamente uno le diga al otro lo que siente, tanto el Ministerio Público como la Policía Nacional serán martillados constantemente por las siguientes agudas y sucesivas misteriosas voces: “Arranca el árbol con todas sus raíces”, “Corta la rama del mal”,  “Quita las hojas que se ven marchitas”. 

Apuesto morocota a cabo de túbano a que ambos, sin previa consulta, sin haberse hecho una señita, y sin que ninguno sepa adivinar el pensamiento del otro, coincidirán en la última propuesta. Y es que la sabiduría popular es muy profunda y sencilla a la vez: La soga siempre se rompe por el lado más flaco.