POR JOSE VALENTIN PEREZ
Pásame el mortero dijo doña Amanda Restituyo, a su hijo Benedicto, quien se encontraba sentado debajo del quicio de la puerta de la cocina matando tiempo antes de marcharse a la escuelita que se encontraba a menos de dos kilómetros de su humilde hogar.
-Pero madre, exclamó el niño con voz fatigada, no ves que las fuerzas no me dan si quiera para levantar la mirada.
¡Pásemelo, por favor Benedicto! volvió a implorar la anciana quien se apresuraba a triturar unas migajas de hojas y hierbas para dar de comer al mozalbete antes de emprender el viaje que tanto aborrecía.... -está bien- si- desde luego ya te lo hago llegar, esbozó el joven cada vez más desfuerzado.
Al cabo de un tiempo se escuchaba en la vetusta casona una voz débil y escalonada que gritaba: Benedicto, Baltasar y esto se repetía una y otra vez –Benedicto-Baltasar, vengan ya la comida está servida, pero ambos no respondían, Benedicto se había marchado junto a Baltasar, el perro con el que había convivido tantos momentos alegres después de encontrarlo herido y abandonado en el trayecto casa-escuela.
Doña Amanda había enviudado a temprana edad, su esposo Camilo Ordoñez un ganadero empírico oriundo de Islas Canarias murió cuando tenía 37 años a casusa de un tabardillo contraído mientras arreaba las reses y amamantaba los becerros.
La tristeza y soledad por la que atravesaba Doña Amanda post- muerte de su esposo destrozaba al más impío de los mortales y el difunto le sugería en sus sueños que amparara un niño para que no esté tan sola y desmoronada – hay usted siempre con sus cosas Camilo, decía Amanda Restituyo, usted sabe que a mí no me gustan los muchachos me canse de eso por allá por pascua. Amanda había criado a sus seis hermanos, luego que sus padres se separaran: La madre se marchó y nunca más se supo de ella y el viejo enfermó hasta morir por las altas ingestas de alcohol que terminaron calcinándole el hígado.
-Amanda llévese de mí y hágase de una cría, ya que yo no se la pude pintar……….. Imploraba Don Camilo en sus sueños.
Una mañana mientras Amanda compraba algunas viandas en el mercado del pueblito se le acercó una mujer de tez oscura , ojos relumbrones y voz gañifa doña… eh , eh … usted puede dar una cargadita a mi hijo Benedicto mientras yo busco para darle una agua tindanda y calmar sus quejidos que no cesan desde anoche……… Amanda sorprendida miró para todos lados y antes de responder la desconocida largó a Benedicto entre sus brazos, en ese momento los consejos del difunto inundaron sus pensamientos y dijo ‘’ vaya usted a ver yo con hijo’’ recordaba aquellos días en que tenía que humedecer paños para bajar la fiebre a sus hermanos y preparar batúmenes para matar las lombrices.
Los gemidos de Benedicto eran cada vez mayores y Amanda decidió consolarlo. Zambulló sus manos bajo la sábana blanca a la que el tiempo y la suciedad habían tapizado de un color gris lóbrego, lloró de pena al sentir su cuerpo enflaquecido y flácido, pero hizo caso omiso a sus sentimiento y nueva vez fijó la mirada al horizonte en busca de la proterva mujer que ni por el rabo de los ojo se veían sus vestigios. La angustia de Amanda cada vez era mayor. La blancura de sus labios delataba su estado.
Oh, pero será que no regresará, se preguntaba. Caída la tarde Amanda comenzó a divagar por y entre los alrededores del mercado. Atormentada y confundida decidió regresar a casa dando tiempo al tiempo hasta que los últimos rayos de sol desaparecían por completo y no fueran más que un reflejo distante y difuso que anunciaban el inicio de la noche y el resurgir del alba.
Saludos doña Amanda, esbozó cariñosamente Gerson Matias un afable viejo, casto, quien a la edad de 18 años había sufrido un priapismo y por miedo o ignorancia decidió no tocar jamás una mujer y decidió vivir eternamente en soltería, pero siempre estaba atento a las salidas de doña Amanda, le había prometido a Don Camilo cuidar de ella hasta después de su muerte……
Saludos, Don Gerson respondió Amanda entre dientes, ¿que lleva ahí, argumentó el viejo? eh, eh nada solo viandas, carnes y unas que otras frutitas, entro escurridiza a su casa y se dispuso a alimentar y abrigar al infante.
Después de cierto tiempo los encuentros entre el difunto Camilo Ordoñez y su eterna esposa se habían diluido. El espíritu del viejo ganadero dejó de asaltar los sueños de Amanda y finalmente quedó atrapado en el inframundo. Al final Camilo consiguió su objetivo, no verla desconsolada ni abatida.
Benedicto, Baltasar, vengan por favor la comida está servida……….. Cansada de llamar, Amanda se acercó a una hendija de la casa y visualizó como ambos se alejaban y perdían en el horizonte del vasto camino hasta convertirse en dos puntos ínfimos sobre el sol ardiente de la pradera.
Continuará……..