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jueves, 19 de noviembre de 2020

OPINION: La ética de la infidelidad.

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 Por Carlos Julio Féliz Vidal.

Hoy, en una de esas conversaciones que surgen sin planificación, expresé ante un grupo de maestros de la UASD, que disfrutaban el entre clases en el Salón de Profesores, que en República Dominicana, hace falta construir una nueva ética de la infidelidad.

Algunos maestros reaccionaron asombrados ante mi declaración. Al discurrir el tema, comprendieron su alcance.

República Dominicana registra una tasa elevadísima de infidelidades. Hombres y mujeres asumen la infidelidad como una práctica cotidiana.

Los hombres, bajo el dominio de la cultura, responden a la infidelidad de su pareja de manera diferente que la mujer, lo que se traduce en descalabro emocional de niveles más intenso para "el macho" que para la "hembra".

Lo que está a la vista, no necesita espejuelo, decían los abuelos.

El dominicano es culturalmente infiel, por esa razón el adulterio dejó de ser un delito en 1997, cuándo se implementó, paradójicamente, la Ley contra la violencia de género. Las cárceles, ni el Presupuesto Nacional, darían para mantener en prisión  y alimentar,  a los adúlteros del País.

El freno moral se perdió con respecto a la infidelidad y el freno jurídico se derogó, de ahí que ante los resabios de la cultura, sea necesario plantear una nueva ética de la infidelidad que se corresponda con la dominicanidad.

Esta ética debe respetar límites que se derivan del sentido común y de normativas jurídicas que indirectamente son frenos al desenfreno conductual.

Citaré algunos parámetros éticos, sin ánimos de agotarlos, dejando abierta la posibilidad de que mis amigos sugieran otros.

1. La infidelidad no debe practicarse en la casa de la pareja.
2. La infidelidad no debe incluir a un pariente cercano de la pareja (padre o madre, hermano o hermana, primo o prima).
3. La infidelidad no debe incluir a los amigos o amigas más cercanos de la pareja.
4. La infidelidad debe resguardar los daños colaterales que se ocasionan a los hijos, cuándo existan, mientras más discreta y lejana, mejor.

Lo ideal sería que no hubiese infidelidad, pero como ésta es un plato que se sirve día a día, es pertinente ponerle algún freno, por la salud de la familia, por la disminución de la violencia y por el interés superior de los niños.

Esas canas al aire serían más humanas si se matizan con un nivel ético.

La ética es norma y las normas existen aún en los ámbitos más impensables de la actividad humana. Los ladrones, los narcotraficantes, los violadores, los asesinos en serie, obedecen en su accionar a parámetros éticos, respetan determinados límites, lo mismo hacen los políticos,  por lo tanto no sería extraño que lo hagan  los infieles, respetando, aún en medio del irrespeto a la pareja, espacios razonables que no malogren, más allá de lo debido, las emociones del otro.

Porqué ser infiel con el hermano (a), con el amigo (a), en la cama de la pareja,   en el mismo pueblo, etc., cuándo hay tantas gentes y tantos lugares diferentes?

La cultura de la infidelidad se ha venido adueñando del pueblo dominicano. Los amigos no respetan a las compañeras de los amigos y viceversa, la propia familia no se respeta entre sí, lo que genera un caldo de cultivo donde germinan los divorcios, las separaciones y la violencia, con una inestimable afectación a la vida de los hijos menores de edad.

Hoy, en uno de nuestros países, un policía mató a su esposa y al amante de ésta, cuándo los encontró haciendo el amor en el lecho de la pareja. Ese fenómeno y otros parecidos no son razonables, ni cuándo lo hacen los hombres ni cuándo lo hacen las mujeres. Hermano, hermana, pague una cabaña o váyase a un montecito. Fue esa noticia que motivó la conversación a la que hice referencia en el primer párrafo y la que motiva el escrito.