Perseguimos la fama, el poder o el dinero. La peor tragedia es creer que eso que buscamos es nuestra vida.
Podemos ser esclavos de lo que significa conseguir o conservar esos fines tan preciados por los humanos.
En la búsqueda frenética del éxito podemos perder la paz mental, la felicidad conyugal, la armonía familiar, la dignidad y la salud física y mental.
Los números y logros sociales no deben ser fines en sí mismo. La vida integral no debe descuidar el autocuidado de la salud, tener tiempo para ejercitarse y estar disponibles a quienes amamos.
Lograr metas cualitativas, concretar proyectos que nos hagan crecer y que sean beneficiosos a los demás y a la comunidad pueden dejar mejores aportes a la salud mental y espiritual.
Logramos a veces el éxito pero podemos perder la capacidad de disfrutar la vida.
Lo que pagamos por lograr el éxito no debe lacerar nuestra dignidad humana o estropear valores familiares fundamentales.
Algunos se ausentan de los hijos por años, buscando mejoría económica familiar, a veces dentro o fuera del país, pero se crean traumas en los niños y adolescentes abandonados o en el cónyuge que se queda.
No sacrifiquemos la paz mental y la armonía familiar por un éxito ilusorio. Detrás de ese éxito podemos cosechar sufrimiento y dolor.
Lo ideal es un éxito integral que nos provea las necesidades materiales y que no descuide la armonía familiar, la relación con la pareja y el sano desarrollo de nuestros hijos.