Elías Piña: Después de tanto silencio acumulado, las poblaciones fronterizas parecen estar llegando a ver realidad sus viejos temores: Creen sus pueblos están siendo cercados, poco a poco, por una migración ilegal haitiana que empuja sin control hasta sus vecindarios.
No son voces de políticos ni aspirantes a oportunistas. Se trata de ciudadanos comunes, indiferentes a la xenofobia, la antipatía o el racismo.
Tienen miedo
La reconfiguración que observan cada día en sus comunidades urbanas y aldeas rurales se los revela con claridad.
En calles, negocios, barrios, residenciales y en todos los vecindarios fronterizos hay una masa de haitianos que sigue expandiéndose sin cesar, y siguen llegando.
Y no hay manera de parar este problema. La frontera que los separa de Haití está llena de agujeros, a distancias extensas en muchos casos.
Por estos resquicios entran, sin problemas, familias haitianas enteras que luego se asientan tierra adentro, y los más decididos se quedan en las comarcas más cercanas.
Las fuerzas de control fronterizas hacen sacrificios enormes para proteger la franja divisoria, pero la frontera es tan extensa y accidentada que no pueden abarcarla toda.
Por eso, los 25 kilómetros de verja perimetral construidos ya entre los pasos de Jimaní y Elías Piña, para controlar las oleadas de ilegales, contrabando, tráfico de armas, drogas, robo de vehículos y de ganado, tiene apoyo de los pobladores.