Autoridades y ciudadanos no contaban entonces con los recursos tecnológicos como ahora. Por ello las pérdidas fueron mayores. Además, el entonces director general de la Defensa Civil, Elpidio Báez, predijo que el ciclón no representaría peligro para el país, lo que se vio desmentido por los catastróficos resultados.
Ese 22 de septiembre de 1998, Georges oscureció la República, ennegreció el horizonte nacional y con sus potentes vientos fue arrasando todo a su paso. Cultivos y plantaciones se echaron a perder. Derrumbó edificios. Tumbó paredes y estructuras con sus vientos, que alcanzaban hasta los 200 kilómetros por hora.
Los oleajes se volvieron gigantescos y aterradores. Los vientos aullaban con furia e intensidad, machacando y azotando lo que encontraban: árboles, puentes, edificios… todo se venía abajo. El Jardín Botánico quedó convertido en un cementerio de flores y plantas.
Se estima en casi 300 los decesos (mal contados por las mismas precariedades del momento). Machacó particularmente a La Romana y San Pedro de Macorís, tras tocar el territorio nacional entrando por la región este. Barahona, San Juan y Baoruco fueron provincias duramente castigadas por las inclemencias del ciclón.
Se abrieron las cataratas del cielo y se derramó un diluvio tropical. Copiosos e incesantes, los chaparrones anegaron calles y avenidas, carreteras y otras vías, aislando comunidades y provocando un gran horror.
Los estragos fueron compartidos con otras tierras: Puerto Rico, Cuba, Haití y Estados Unidos también sufrieron los azotes del fenómeno, que dejó en total más de 600 fallecimientos.
