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domingo, 15 de septiembre de 2024

Otra mirada: Norkelly Acosta: artista en el mural de los colores

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Su paleta no viene con difumino. Su difumino es el alma de los colores.
 

Por Virgilio López Azuán
Tomado de Acento digital

Pasión por los colores, diseño de interiores, muralismo, artesanía, vitrales, y todas las vertientes de las artes visuales.

 Esa es Norkelly Acosta. Es vital, vivaz, emprendedora, entusiasta, maestra y madre calmada en su propia su creación. Hay sustancia, esencia, luz y ternura en sus manos de artista. Ella transforma la materia, le inyecta vida y pureza. Pinta con colores vivos, brillantes, relucientes, como son los colores del paisaje barahonero bajo el sol.

Ella es Norkelly Acosta, multipremiada, egresada de Altos de Chavón, docente universitaria, ilustradora de cuentos infantiles, activista social, empresaria; sustantiva visionaria de un mundo con posibilidades multicolores. Sus obras pintan al país y adornan no solo los espacios interiores de las casas, sino que rescatan emociones perdidas con el paso de los años. Se introduce en los juegos infantiles con magia, y nos cuenta las historias de un mundo habitado por la levedad de unos personajes y cosas flotantes en fondos azules y blancos… Hasta allí nos lleva y nos invita a jugar, donde no existe el dolor. Es como un mundo feliz, soñado desde la infinitud de la artista, que superó a los gigantes malos y ha creado su propia casa donde ellos no pueden estar.

Aquí no importa cuán estilizados estén los trazos, ni las degradaciones de colores de formas clásicas. Su paleta no viene con difumino. Su difumino es el alma de los colores. Eso sí está presente. Lo excelso del arte no está solo en la búsqueda de perfección estética; está en el torrente creativo, en las llamas encendidas de la imaginación, las brotadas de un efluvio inspirador, disruptivo y veraz.

En las muestras de Norkelly no encontraremos los elementos perfeccionistas de un realismo, hiperrealismo o surrealismo; tampoco la carga conceptual, filosófica, existencial y tormentosa de la vida. Eso es tierra arrasada en sus lienzos y en sus murales, en sus dibujos, en piezas artesanales y en sus decoraciones íntimas. Más bien nos presenta un lenguaje figurativo.

Celebrar la fiesta de los colores, el canto de aves vivas, en los metarreinos de la artista, es una experiencia multisensorial. Las formas de las hojas de los árboles, de las flores y figuras imaginarias nos aproximan a los mundos de duendes, hadas y elfos, pero con la versión tropical norkelliana, alma plástica de la consciencia.

La figura de la mujer y los niños prevalecen ante la de los hombres. Una mirada a los rostros de mujeres, a sus “sonrisas”, nos revelaría un tránsito entre el dolor y la alegría. No terminan de sonreír, no terminan de estar tristes. Sin embargo, un mensaje transmutado lo recibe el espectador; son tan vivos los colores que esos detalles de la risa y el sufrimiento pasan inadvertidos. La brillantez de su paleta nos revela otra verdad.

En cada obra de Norkelly podría crearse un mito fundacional, un espacio espiritual y pleno. Son de aquellas pinturas para introducirse de sopetón en el paisaje infantil, en la memoria de la naturaleza en estado primigenio. Es irse en un vaivén de colores, en las aguas del nacimiento, en el líquido amniótico de la niñez.