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jueves, 28 de agosto de 2025

No hay poder sin doctrina, ni doctrina sin militancia: El PLD y su encrucijada desde 2019

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POR ALBERTO PELÁEZ
 
Durante décadas, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) fue sinónimo de disciplina, estrategia y poder. Fundado en 1973 por Juan Bosch, nació como un partido de cuadros formados, militancia comprometida y una doctrina clara que guiaba cada paso. No era una organización común: era una escuela política donde el mérito, la formación y el compromiso definían el ascenso interno. Esa estructura lo llevó a convertirse en la principal fuerza política del país.

Sin embargo, desde 2019, el PLD vive un proceso de deterioro que lo coloca en una etapa de decadencia acelerada, con riesgo real de perder para siempre su condición de partido mayoritario. La pugna interna entre las corrientes de Leonel Fernández y Danilo Medina, centrada en la candidatura presidencial y una posible reforma constitucional, provocó una ruptura sin precedentes. La salida de Fernández y cientos de dirigentes y militantes debilitó no solo la maquinaria electoral, sino también la cohesión doctrinaria que mantenía unido al partido.

Las consecuencias no tardaron en llegar. En 2020, el PLD y sus aliados obtuvieron un 38% de los votos; para 2024, el desplome fue dramático: apenas un 9%, sin lograr atraer a un solo aliado estratégico. Estas cifras son más que un mal resultado electoral: son la radiografía de un liderazgo sin visión, estructuras debilitadas y una militancia desmotivada.

La advertencia de Bosch —“no hay poder sin doctrina y no hay doctrina sin militancia”— hoy cobra una vigencia alarmante. El PLD ha perdido gran parte de su formación política, su disciplina histórica y su capacidad de movilizar a las bases. En su lugar, han crecido el pragmatismo vacío, los personalismos y la improvisación.

La militancia, motor de cualquier partido, se ha visto reducida, desmotivada y desconectada de la acción política. Las estructuras que antes fueron ejemplo de organización hoy lucen frágiles, incapaces de sostener una estrategia a largo plazo. En estas condiciones, el PLD se arriesga a convertirse en un cascarón vacío, irrelevante en el debate nacional y condenado a ver desde la orilla cómo otros ocupan el espacio que un día dominó.

La única salida sería una transformación radical, pero la realidad es que el PLD parece carecer de la voluntad y la capacidad para lograrla. La disciplina interna prácticamente ha desaparecido, la democracia partidaria está en coma y la transparencia en los procesos se ha vuelto una palabra vacía. Las puertas que deberían estar abiertas a nuevos actores —jóvenes, mujeres, profesionales y movimientos sociales con ideas frescas— permanecen cerradas, bloqueadas por una dirigencia que teme perder privilegios antes que salvar al partido.

Volver al boschismo no es una opción decorativa, es la última oportunidad antes del colapso definitivo. Sin embargo, todo apunta a que esa oportunidad se está dejando pasar. Si el PLD no cambia su rumbo y su accionar de perseguir a quienes no coinciden con la cúpula, lamentablemente desaparecerá como partido político, y eso sería un golpe para la democracia dominicana. En la medida en que siga castigando la disidencia en lugar de integrarla, se profundizará la desconexión con sus bases y con la sociedad, acelerando un final que ya muchos ven como inevitable.

Y si no se actúa ya, el PLD dejará de ser un partido mayoritario para convertirse, irremediablemente, en un espectador irrelevante de la política nacional, condenado a ocupar el mismo lugar en la historia que otros partidos que un día fueron gigantes y hoy no son más que un recuerdo.