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lunes, 8 de septiembre de 2025

Juventud sin futuro: el precio de las oportunidades negadas

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Por Alberto Peláez

En la República Dominicana, hablar de juventud debería ser hablar de esperanza, innovación y energía transformadora. Sin embargo, la realidad es otra: muchos jóvenes están atrapados en un ciclo de limitaciones que no solo les roba el presente, sino que hipotecan el futuro del país.

La falta de oportunidades laborales es el primer muro con el que se estrellan. Aunque cada año miles de jóvenes culminan estudios técnicos o universitarios, se encuentran con un mercado laboral que exige experiencia previa, una experiencia que, paradójicamente, no pueden adquirir sin que alguien les dé la primera oportunidad. Esta trampa perpetúa la frustración y empuja a muchos a empleos informales, mal pagados y sin protección social. El resultado es una juventud sobrecalificada para trabajos precarios y subutilizada para los desafíos que el país enfrenta.

El desempleo sigue siendo una crisis persistente. En los últimos años, la desocupación juvenil se ha mantenido muy por encima de la de los adultos, lo que refleja una realidad en la que insertarse en empleos formales es cada vez más difícil.

A esta ecuación se suma el problema de los salarios indignos. Incluso aquellos que logran insertarse en el mercado formal se topan con sueldos que no cubren el costo de la canasta básica, mucho menos las aspiraciones de independencia económica. El acceso a vivienda, educación continua o un proyecto de vida estable se convierte en una utopía. Este escenario alimenta un caldo de cultivo para fenómenos como la delincuencia y la drogadicción, no porque la juventud esté “perdida” por naturaleza, sino porque la sociedad les niega alternativas reales y dignas.

La consecuencia directa de esta exclusión es que un alto porcentaje de jóvenes masculinos termina viendo en la ilegalidad la única vía para obtener ingresos rápidos. Muchos se involucran en el microtráfico de drogas, los atracos callejeros y otras formas de criminalidad. Otros, más vinculados a la tecnología, se adentran en delitos de alta complejidad como fraudes electrónicos, clonación de tarjetas, robo de identidad, hackeo de cuentas bancarias y estafas cibernéticas. Esta deriva del talento hacia actividades ilícitas es un reflejo de un Estado y un sistema económico que no canalizan sus capacidades hacia la productividad y el desarrollo.

Las mujeres jóvenes enfrentan una doble barrera. No solo cargan con la desigualdad general del mercado laboral, sino que reciben salarios más bajos que sus pares masculinos por el mismo trabajo. Muchas, sin oportunidades ni apoyo, se ven obligadas a casarse a temprana edad como una forma de subsistir, lo que en muchos casos las lleva a tener hijos antes de estar emocional y económicamente preparadas para ello. Otras, empujadas por la desesperación y la falta de opciones, terminan en la prostitución o utilizando sus atributos físicos como herramienta de subsistencia, recurriendo a plataformas de contenido sexual como OnlyFans y otras similares. Esto no solo refleja la precariedad económica, sino también el abandono institucional que permite que la juventud femenina vea en la cosificación y la venta de su imagen una de las pocas salidas posibles para sobrevivir.

No estamos ante problemas aislados, sino ante un sistema que, al no invertir en su juventud, condena al país a repetir los mismos errores. Mientras no se rompa este círculo, la fuga de talentos seguirá vaciando nuestro capital humano y fortaleciendo la idea de que para prosperar hay que emigrar.

Luis Abinader ha tenido en sus manos la oportunidad de marcar un antes y un después para la juventud dominicana, pero ha preferido un gobierno que ignora por completo a los jóvenes, condenándolos al fracaso. Mientras eso pasa, en los barrios y en los campos la realidad es dura: jóvenes sin trabajo, sin acceso a oportunidades reales y sin esperanza de un futuro distinto. El desempleo, la desigualdad y la falta de oportunidades no son simples estadísticas; son el día a día de miles que ven cómo sus sueños se les escapan, mientras el Estado se hace el sordo. La falta de acción real y la visión cortoplacista del actual gobierno están hipotecando no solo a esta generación, sino también a las que vienen detrás.

Hoy, el principal responsable de revertir esta realidad es el propio gobierno. La juventud necesita políticas públicas serias, sostenidas y con presupuesto. Sin embargo, el Ministerio de la Juventud se ha convertido en una oficina para colocar compañeros de partido, no en una institución que trabaje realmente en beneficio de los jóvenes. La política juvenil no puede reducirse a entregar una beca, y menos cuando esas becas se otorgan con criterios políticos y no por mérito o necesidad. Cada año perdido sin acciones concretas no es solo tiempo desperdiciado, es el futuro del país que se desangra en la emigración, la delincuencia y la desesperanza. Un gobierno que no invierte en su juventud no solo le da la espalda a su presente, sino que condena a su nación a un mañana sin bases sólidas.