El béisbol dominicano siempre ha sido una fábrica de talentos que brillan en las Grandes Ligas. Pero el caso de Wander Franco pasará a la historia no por sus hazañas deportivas, sino por el derrumbe estrepitoso de un joven que lo tenía todo y terminó perdiéndolo en medio de escándalos judiciales. Su historia es la radiografía perfecta de cómo la falta de control personal puede transformar al niño prodigio en símbolo de fracaso, mostrando que el talento, por sí solo, nunca ha sido garantía de grandeza si no va acompañado de disciplina, responsabilidad y respeto por la ley.
Franco debutó en Grandes Ligas en 2021 con los Tampa Bay Rays y rápidamente firmó un contrato histórico: 11 años por 182 millones de dólares. Con apenas 20 años ya era señalado como la cara del futuro de MLB, un torpedero con capacidad de bateo y defensa de élite. Sin embargo, mientras dentro del terreno brillaba, fuera de él se gestaba el capítulo que marcaría el inicio de su caída.
En agosto de 2023 estallaron denuncias sobre una supuesta relación con una menor de 14 años. La noticia sacudió al béisbol y abrió una investigación tanto de la MLB como de la justicia dominicana. Desde entonces, las imputaciones fueron en aumento. En julio de 2024, la fiscalía dominicana presentó cargos por abuso sexual de menor, explotación sexual comercial y trata de personas. En noviembre de ese mismo año, Franco fue arrestado en San Juan de la Maguana por posesión ilegal de un arma de fuego. Finalmente, en junio de 2025, un tribunal dominicano lo declaró culpable de abuso sexual de menor y le impuso dos años de prisión suspendida con condiciones estrictas. Incluso la madre de la menor fue condenada a 10 años de prisión por explotación y complicidad, lo que revela la magnitud del entramado.
El fallo judicial no es un simple tropiezo, es un muro que prácticamente clausura su carrera. Con antecedentes por abuso sexual de menor, obtener una visa para entrar a Estados Unidos será casi imposible y sin visa no hay MLB. El contrato millonario con los Rays quedó en pausa: lo colocaron en lista restringida y no cobra salario ni acumula servicio. Aun si lograra librarse de estos líos judiciales, la sombra de la política de violencia doméstica y abuso de menores de MLB lo persigue, una normativa que ya ha impuesto suspensiones de años a otros peloteros. Y en este caso el escenario es todavía más severo: la política de MLB establece sanciones firmes para todo jugador involucrado en violaciones sexuales, explotación o relaciones sexuales con menores de edad, lo que convierte a Franco en un candidato casi seguro a una suspensión indefinida o incluso a una expulsión permanente de la liga.
El día 5 de septiembre se había hospedado en Sosúa, Puerto Plata, donde denunció el robo de un millón de pesos en efectivo. Lo más alarmante no fue solo la pérdida del dinero, sino que él mismo admitió públicamente que tenía en su poder dos millones de pesos en efectivo. El episodio levantó sospechas, no solo por la imprudencia de andar con esas sumas, sino también porque Sosúa es un lugar tristemente conocido por la explotación sexual de menores. Y en el caso de Franco, condenado precisamente por ese tipo de prácticas, la coincidencia no hace más que reforzar la gravedad de su historial y el ambiente en el que se desenvolvía.
Hace apenas unos días la Policía Nacional lo detuvo a solicitud de sus propios familiares, preocupados por su comportamiento errático y el deterioro de su estado emocional. Posteriormente fue trasladado e ingresado en un centro de salud mental, un hecho que refleja el colapso personal de quien alguna vez fue visto como un ídolo en ascenso. El caso no solo habla de problemas judiciales, sino también de un derrumbe humano: un joven incapaz de manejar la presión, la fama y los escándalos, al punto de necesitar intervención urgente para resguardar su salud y su vida. Este episodio confirma que ya no estamos ante una carrera deportiva en pausa, sino ante una existencia marcada por la fragilidad y el descontrol.
A todo esto se suma la destrucción de su imagen pública: patrocinadores, fanáticos y medios lo dejaron de ver como estrella para convertirlo en un ejemplo de lo que no debe ocurrir. El caso de Wander Franco no es un simple escándalo aislado, es un recordatorio de que el talento no coloca a nadie por encima de la ley. Su nombre, que pudo haber estado asociado a récords y logros históricos, quedará inscrito en los titulares por abusos, procesos judiciales y el colapso de una carrera que prometía grandeza.
Además, este caso pone sobre la mesa un tema que el deporte dominicano no puede seguir ignorando: muchos talentos salen de la marginalidad, sin formación académica ni orientación hogareña sólida. Llegan al estrellato con dinero y fama, pero sin las herramientas necesarias para saber qué les conviene y qué puede destruirlos. Estos jóvenes necesitan ser acompañados y asesorados desde temprano, no sólo para rendir en el terreno, sino para aprender a manejar la vida fuera de él.
La responsabilidad no es solo individual. Detrás de cada promesa hay academias, agentes y federaciones que se benefician económicamente del talento, pero que rara vez se preocupan por formarlos como ciudadanos. Se les enseña a batear y a correr, pero no a enfrentar el mundo real. Los convierten en productos de exportación y luego los abandonan cuando caen en problemas, como si fueran mercancía desechable. Esa complicidad silenciosa es parte del problema: un sistema que celebra la firma millonaria, pero no invierte en educación, en acompañamiento psicológico ni en formación en valores. Mientras eso no cambie, seguirán apareciendo más casos como el de Wander Franco, y el deporte dominicano seguirá pagando un precio demasiado alto por su indiferencia.
Por eso, a los jóvenes que hoy sueñan con ser peloteros de Grandes Ligas hay que decirles con claridad: el talento abre puertas, pero las malas decisiones las cierran de golpe. No basta con entrenar el brazo o el bate; hay que entrenar también la mente y el carácter. El dinero, la fama y la gloria deportiva son pasajeros, pero los errores quedan marcados para siempre. Que el caso de Wander Franco sea una lección viva: ningún contrato ni aplauso compensa perderlo todo por falta de juicio.