Nació un 24 de junio de 1946, bajo el sol ardiente del día de San Juan. Hijo de Eladio Acosta y Marciana Gómez, la vida lo bautizó con un destino marcado por la lucha y la fiesta.
Su primer trabajo fue sobre un motor Honda C-70, como propagandista que recorría de pueblo en pueblo promoviendo el ron Brugal. En ese camino aprendió a tratar con la gente, a escuchar sus historias y, al mismo tiempo, a sembrar la suya propia.
El apodo de Meneao no nació con él. Fue herencia de su padre, quien al jugar dados tardaba demasiado en menearlos. La gente comenzó a llamarlo así, y con los años, el apodo se convirtió en bandera y en nombre propio.
En 1979, el destino torció su rumbo. Su amigo Danubio, cansado de pleitos en el Bar de Panchito, le ofreció venderlo por lo que tuviera encima. Juan sacó 300 pesos. Con esa pequeña fortuna, empezó todo.
Sin capital suficiente para surtir, compró apenas una caja de ron y un huascar de refrescos. Cada vez que vendía una botella, corría al almacén a comprar otra. Así, a fuerza de sudor y madrugadas, levantó su nombre.
El tiempo trajo más negocios: el Bar de Nibón, el Danubio Azul, el Campito, y hasta la Discoteca Lotus. Supo convertir la escasez en abundancia, la noche en día y la música en pan.
Cuando el Ingenio Barahona fue privatizado, tampoco se quedó atrás. Fundó su propia compañía de bienes raíces y se convirtió en referente en hipotecas, préstamos y financiamientos. De propagandista en un motor, pasó a ser un empresario reconocido.
La historia de Juan Meneao es la de un hombre que nunca se cansó de empezar de nuevo. La de alguien que convirtió un apodo heredado en un legado propio. Tan popular se hizo, que el bachatero César Durán lo menciona en una de sus canciones.
Porque al recordarlo, su vida suena como un bar en plena madrugada: voces, risas, música y un eco de nostalgia.
Así fue él.
Así sigue siendo, como anoche, Juan Meneao.