En todo Estado de derecho habita, como diría Zaffaroni, un “estado de policía” encapsulado: una pulsión de fuerza que las leyes buscan contener. El derecho, en su esencia, es un freno al abuso del poder. Pero cuando ese freno se debilita, el poder se desborda.
En los últimos meses, en la República Dominicana, hemos visto cómo las agencias del orden Policía Nacional, Digesett y hasta el Ejército en operativos migratorios actúan con un uso excesivo de la fuerza. El abuso, que antes parecía excepción, se está volviendo costumbre.
El problema no es solo de disciplina, sino de cultura institucional. Cuando la autoridad confunde obediencia con humillación, o seguridad con represión, emerge el viejo “estado de policía” que las normas intentan mantener dormido.
Revertirlo exige control civil, sanción efectiva y formación ética. Pero sobre todo, voluntad de recordar que el poder público existe para proteger, no para atemorizar. El Estado de derecho se mide, precisamente, por su capacidad de contener la violencia que lleva dentro.
