BUSCAR EN NUESTRA PAGINA

Header Ads

sábado, 26 de enero de 2013

Tragedia

0 comments
POR LITO SANTANA

A unque todos lo vieron correr hasta el río, nadie pensó que él se ahogaría. Gustavo, que había discutido horas antes con su madre Confesora, gritó en medio del caserío que se iba a lanzar al río para suicidarse.

 Nadie le hizo caso, pues su habilidad para  nadar le había  ganado el mote de “el dajao”, pez abundante en la zona y que se caracteriza por su habilidad para no ser atrapado por pescadores.

Quizás por eso nadie se preocupó cuando corriendo “a todo meter” Gustavo salió del rancho de su madre, cruzó el callejón entre doña Leticia y Beto, atravesó el pequeño play de la comunidad para, haciendo un clavado espectacular, lanzarse a las aguas bravías del  acuífero.

Miguel, uno de sus mejores amigos, aunque se detuvo para verlo zambullirse, no esperó que saliera a la superficie, porque Gustavo era de los pocos que atravesaban el río sin sacar la cabeza  del agua. En su retorno al caserío Miguel se paró varias veces y volteaba la vista a ver si Gustavo había salido. “Qué va… ese es un peje” seguro salió más abajo y se fue para donde sus amigos”, pensó sin darle más mente al asunto.

Fue en horas de la tarde que se corrió el rumor de que este muchacho indómito, podía estar muerto. Nadie más lo había visto cruzar hacia su casa. La preocupación se fue adueñando de toda la comunidad y aunque Gustavo no compartía con mucha gente, ya andaba de boca en boca la noticia de que se habían lanzado al río en esas condiciones.

Cuando los vecinos fueron a contarle a su madre sus sospechas, ella no se sorprendió.

Un pálpito en su pecho ya le había avisado que algo malo pasaría. Brigadas del pueblito peinaron varias veces el río, sin éxito alguno.

 Fue al quinto día, cuando a las dos de la mañana doña Confesora se despertó con un sobresalto y le dijo a su marido: “Vi a Gustavo ahogado, atrapado en El Memiso.

“No puede ser,  por ahí hemos caminado mil veces”, le contestó el hombre. “Pues ve allá que acabo de verlo”. Y así fue. Cuando la multitud llegó al lugar con jachos  encendidos, ahí estaba el cuerpo descompuesto de Gustavo. 

Apareció Gustavo, pero se esfumó la bondad que la gente le atribuía a Confesora, que a partir de ese momento -para el pueblito- quedó dotada de poderes malignos.