POR DAMIAN ARIAS MATOS
Para ECOS DEL SUR-
La diatriba no es nueva: Una parte de los historiadores, a sueldo o no, por encargo o no, que describen los episodios nacionales, se inclinan mayormente por llamar Independencia al proceso histórico que trajo como consecuencia el nacimiento de la nación dominicana en la llamada parte Este de la Isla de Santo Domingo.
Para ECOS DEL SUR-
La diatriba no es nueva: Una parte de los historiadores, a sueldo o no, por encargo o no, que describen los episodios nacionales, se inclinan mayormente por llamar Independencia al proceso histórico que trajo como consecuencia el nacimiento de la nación dominicana en la llamada parte Este de la Isla de Santo Domingo.
Contrariamente a la gran mayoría de los Estados nación surgidos a partir de 1804 con la República de Haití, pueblos que se liberaron de las metrópolis coloniales europeas, la nación dominicana surge, o se separa o independiza de Haití. No de una potencia europea de ultramar.
De ese hecho tan particular, surge entonces que cada vez que hay que fortalecer la nacionalidad por parte de los chovinistas del patio, se hace, tal vez por necesidad lógica, a partir de la negación de la haitianidad.
Una parte de los historiadores prefiere la palabra Separación y la mayoría prefiere la Independencia. Los que se inclinan por la primera, consideramos, lo hacen mas que por un juego o sustitución de palabras, por establecer diferencias de mas profundidad conceptual y geopolítica. Nuestra historia, la que nos han construido los historiadores a sueldo, tiene mucho de fábula, de pantomima y de farsa. Una tercera corriente acaso podría considerar una combinación de ambos términos, aduciendo que la separación de Haití, produjo la Independencia; o que la independencia marcó la separación.
La vida republicana y los grandes cambios mundiales de los últimos treinta años le han concedido razón a quienes, como quien esto escribe, nos inclinamos o preferimos separación a Independencia. Ningún estado es actualmente, ni puede ser plena y completamente independiente. En tal sentido la supuesta independencia es una utopía histórica.
Los norteamericanos Keohane y Nye, crearon o recrearon lo que llaman “interdependencia”, ya sea sencilla o compleja, para designar las ineludibles relaciones entre los Estados soberanos, su capacidad de contratar, su personalidad jurídica, e incluso analizan un término que está en franco y progresivo deterioro: la Soberanía.
El mundo contemporáneo con todas sus amenazas, la pretendidamente superada batalla ideológica, los resabios de la guerra fría, la relanzada carrera armamentista, el mundo multipolar, el resurgimiento de Rusia como jugador global y el acelerado, y al parecer indetenible, crecimiento y avance de China, ha afectado seriamente, en plena y franca globalización, al viejo concepto de la “Sobriana” o soberanía, tallado por Hugo Grocio.
Los estados no pueden ser independientes sino dependientes, e interdependientes unos de los otros. La República de Haití y la Nación dominicana comparten, más que el destino geográfico de la insularidad, la presencia de amenazas como el crimen transnacional, el intercambio comercial, informal o no, con los mercados binacionales, el intercambio de información y la necesidad de establecer, entre ambas, una comunidad de inteligencia, entre otros retos que han sido evadidos históricamente. Tenemos una gran agenda binacional pendiente y aplazada que va a fortalecer los planes y propósitos nacionales de ambos estados.
No dejan de tener peso en el proceso, circunstancias históricas y raciales. Las históricas se refieren a la narración de la gran epopeya nacional: con todos sus héroes y heroínas, con todos sus santos, ángeles y demonios, con todos sus antihéroes y villanos, con los trinitarios echados del proceso separatista y secuestrado por los conservadores; con todas sus luces y sus sombras, con todos sus malos y sus buenos; con sus escaramuzas, batallas, asonadas cuartelarias y campañas de independencia y restauración.
Lo dominicano pues, nace, se fundamenta y fortalece en la negación de lo haitiano. El sentido de identidad nacional, bastante difuso, y el sentimiento de pertenencia a la colectividad dominicana se construye en base a la negación de todo lo que represente haitianidad. Soy dominicano no porque lo sea, sino porque no soy haitiano. Soy esto porque no soy aquello. Esa sensación del no ser es la que construye el sentido histórico y hasta el sentimiento sicológico del Ser dominicano.
La idea de separación, pues, resulta mas confiable, creíble y hasta lógica, que la aventura de la Independencia. Históricamente demostrable. Habida cuenta de que la República, base y escenario de la democracia como sistema político, es una construcción legal, descrita y bosquejada en las constituciones a partir de la concepción de Estado que tiene Weber: Una población, un territorio y una ley o carta constitutiva.
Estos tres factores estuvieron presentes en la conformación o desprendimiento de la Nación dominicana en 1844, del único estado que había en la isla de Santo Domingo. Si recordamos que lo que proclamó Don José Núñez de Cáceres en 1821, fue el Haití español: Un sentimiento de negación de lo haitiano al pretender la creación de un nuevo estado coinsular; es decir una población disidente; el territorio a compartir arrebatado a sangre y fuego por las armas nacionales y deslindado, casi cien años después, en 1929; y la Constitución política del nuevo Estado, del 6 de noviembre de 1844, donde no aparece la palabra Democracia en ninguno de sus artículos y donde se consagra el autoritarismo con el General Pedro Santana como quasidictador y el continuismo al nombrarlo por dos períodos consecutivos sin elecciones.