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viernes, 21 de noviembre de 2014

OPINION: El panadero que amó a María Montez (I)

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POR DAVID RAMÍREZ
Articulo enviado a Ecos del Sur

Para la izquierda latinoamericana de aquella época ella fue solo uno de los iconos de la “cultura camp”, un referente del dandismo burgués, un soporte más en la industria audiovisual del imperio norteamericano  para maquillar su nuevo intervencionismo cultural  haciendo bullir las mentes de las masas con imaginería y mitología cinematográficas para así ganarse sus corazones.

Para muchos amantes del cine de las décadas de los cuarenta y cincuenta (con o sin bandera ideológica), el contenido de las aventuras  y melodramas de amor serie B poco importaba, menos aún las hazañas de los clásicos héroes americanos o árabes, como Sabú.  Lo que los atraía era  la belleza sugestiva de aquellas actrices como  Maureen O'Hara, Yvonne De Carlo o María Montez, llamadas las “Supremas reinas” de una nueva  tecnología en la pantalla bautizada “Technicolor”, una técnica contraria al blanco y el negro,  impulsadas por los oligopolios de Hollywood.

Lo novedoso del “Technicolor”, era  que buscaba  embrujar y encantar al público con las imágenes en  colores de los paisajes donde se filmaban las películas, pero los directores (curiosamente casi todos homosexuales), esclavos del comercialismo hollywoodense, resaltaban  más que todo las bellezas corporales  de sus “divas”.  Al fin al cabo eran ellas las luminarias del escenario, las que engordaban la taquilla.

Ese fue y aún sigue siendo  el mundo mágico donde se encontraba  María Montez, una actriz exótica nacida en nuestro pequeño pueblo, Barahona. Una “diva” o esclava de la Universal Pictures  que en su juventud fue una rebelde, enamorada  perdidamente de un banquero inglés que le doblaba en edad.

Hija de un inmigrante español y una dominicana, a María Montez (el nombre escénico que asumió en Hollywood),  la bautizaron con un presuntuoso nombre que aún, muchos años después  de su muerte, genera controversias  y confusión entre los escritores. Para su público, daba lo mismo que alguna vez se hubiese llamado  María África Gracia Vidal o  tal vez  Maria África Vidal de Santos Siles Y Gracia, ella fue solamente  “María Montez”, una especie de culto, la musa inspiradora  de sus sueños y fantasías.

Pero su belleza no solo sedujo y hechizó a la “masa inculta e ignorante”  como literalmente solían llamar las élites  o “eruditos” bajo su poco disimulado complejo de superioridad.

A  pesar de no ser una excelente actriz,  sus encantos también cautivaron a  intelectuales y escritores. Muchos de ellos la adoraron en silencio para no pecar de simplistas, otros en cambio, conforme a su naturaleza de hombre dieron rienda suelta a sus fantasías y escribieron  fabulosos cuentos en cuyas tramas orbitaba la diva de “Las mil y una noches”, cuentos que nunca llegaron a publicarse, perdiéndose en el tiempo.